Con mi voz clamé a Dios, A Dios clamé, y él me escuchará. Al Señor busqué en el día de mi angustia; Alzaba a él mis manos de noche, sin descanso; Mi alma rehusaba consuelo. Me acordaba de Dios, y me conmovía; Me quejaba, y desmayaba mi espíritu. Selah No me dejabas pegar los ojos; Estaba yo quebrantado, y no hablaba. Consideraba los días desde el principio, Los años de los siglos. Me acordaba de mis cánticos de noche; Meditaba en mi corazón, Y mi espíritu inquiría: ¿Desechará el Señor para siempre, Y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus piedades? Selah Dije: Enfermedad mía es esta; Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo.
(Salmo 77:1-10 RV60)
Los días difíciles deben ser días de oración; cuando parece que Dios se aleja de nosotros debemos buscarlo hasta que lo hallemos. En su día difícil el salmista no buscó la diversión o el entretenimiento; buscó a Dios, su favor y gracia. Quienes tienen problemas en su espíritu deben orar para alejarlos. —Él meditó el problema; los métodos que debieron aliviarlo sólo aumentaron su pesar.
Cuando se acordó de Dios fue sólo la justicia e ira divina. Su espíritu estaba abrumado y hundido bajo el peso. Que el recuerdo de las consolaciones perdidas no nos haga desagradecidos de lo que quedó. En particular, él llama a recordar las consolaciones con que se sostuvo en pesares anteriores.
Este es el lenguaje de un alma adolorida y solitaria, que anda en tinieblas; caso común aun entre quienes temen al Señor:
Nada hiere y lacera más que pensar que Dios está airado. El propio pueblo de Dios, en un día nublado y oscuro, puede sentirse tentado a sacar conclusiones erróneas sobre su estado espiritual y del reino de Dios en el mundo. Sin embargo, no debemos dar lugar a esos temores. Que la fe responda desde la Escritura.
La fuente turbia se aclarará nuevamente; y el recuerdo de épocas anteriores de experiencias gozosas, a menudo suscita esperanza, y tiende al alivio. Las dudas y los temores proceden de la falta de fe y su debilidad. El desaliento y la desconfianza en caso de aflicción suelen ser con demasiada frecuencia las enfermedades de los creyentes, y como tales, tienen que ser pensadas por nosotros con pena y vergüenza.
Cuando la incredulidad esté obrando en nosotros debemos suprimir su levantamiento.
Pr. Jorge E. Pino Valenzuela
Santiago de Chile Octubre 2011
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