martes, 25 de octubre de 2011

LA FUENTE TURBIA SE ACLARARA NUEVAMENTE

Con mi voz clamé a Dios,  A Dios clamé,  y él me escuchará.  Al Señor busqué en el día de mi angustia;   Alzaba a él mis manos de noche,  sin descanso;  Mi alma rehusaba consuelo.  Me acordaba de Dios,  y me conmovía;   Me quejaba,  y desmayaba mi espíritu.  Selah  No me dejabas pegar los ojos;   Estaba yo  quebrantado,  y no hablaba.  Consideraba los días desde el principio,   Los años de los siglos.  Me acordaba de mis cánticos de noche;  Meditaba en mi corazón, Y mi espíritu inquiría:   ¿Desechará el Señor para siempre,   Y no volverá más a sernos propicio?   ¿Ha cesado para siempre su misericordia?   ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa?   ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia?   ¿Ha encerrado con ira sus piedades?  Selah  Dije:  Enfermedad mía es esta;   Traeré,  pues,  a la memoria los años de la diestra del Altísimo.

(Salmo 77:1-10 RV60)

 

Los días difíciles deben ser días de oración; cuando parece que Dios se aleja de nosotros debemos buscarlo hasta que lo hallemos. En su día difícil el salmista no buscó la diversión o el entretenimiento; buscó a Dios, su favor y gracia. Quienes tienen problemas en su espíritu deben orar para alejarlos. —Él meditó el problema; los métodos que debieron aliviarlo sólo aumentaron su pesar.

 

Cuando se acordó de Dios fue sólo la justicia e ira divina. Su espíritu estaba abrumado y hundido bajo el peso. Que el recuerdo de las consolaciones perdidas no nos haga desagradecidos de lo que quedó. En particular, él llama a recordar las consolaciones con que se sostuvo en pesares anteriores.

 

Este es el lenguaje de un alma adolorida y solitaria, que anda en tinieblas; caso común aun entre quienes temen al Señor:

 

Nada hiere y lacera más que pensar que Dios está airado. El propio pueblo de Dios, en un día nublado y oscuro, puede sentirse tentado a sacar conclusiones erróneas sobre su estado espiritual y del reino de Dios en el mundo. Sin embargo, no debemos dar lugar a esos temores. Que la fe responda desde la Escritura.

 

La fuente turbia se aclarará nuevamente; y el recuerdo de épocas anteriores de experiencias gozosas, a menudo suscita esperanza, y tiende al alivio. Las dudas y los temores proceden de la falta de fe y su debilidad. El desaliento y la desconfianza en caso de aflicción suelen ser con demasiada frecuencia las enfermedades de los creyentes, y como tales, tienen que ser pensadas por nosotros con pena y vergüenza.

 

Cuando la incredulidad esté obrando en nosotros debemos suprimir su levantamiento.

 

 

Pr. Jorge E. Pino Valenzuela

Santiago de Chile Octubre 2011

 

 

 

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